24 abril 2009

El enigma Pitágoras

Este es el libro que leo ahora a ratitos entre los artículos y trabajos que se apilan en mi mesa. Aunque más bien debería titularse el enigma Theano. Hace unos años impartí una conferencia sobre la Historia de las mujeres científicas y comenzaba mi exposición hablando de las pitagóricas. Al finalizar la misma, un profesor de matemáticas me preguntó por mis fuentes ya que, como todo el mundo sabía, apenas se conocen detalles de los pitagóricos. Pues sí, sí sabemos algo: Theano, Themistoclea, Arignote, Myia y Damo son nombres de mujeres pitagóricas y miembros de su familia. Theano, su joven esposa, la que se puso al frente de la comunidad cuando Pitágoras fue asesinado, desarrolló y escribió gran parte de las ideas pitagóricas en obras como “Vida de Pitágoras”, “Cosmología”, “Teorema de la razón aúrea”, “Teoría de los números” y “Construcción del Universo". En ellas, conocidas de forma indirecta, se expresa la cosmología pitagórica y la idea de que la armonía y el orden existen cuando las cosas se configuran en torno a sus relaciones apropiadas, relaciones que se expresan en proporciones matemáticas.
Ella es la gran teórica del número aúreo, la divina proporción, la proporción de oro, la razón armónica por excelencia, la que está escrita en el mármol de las bellas esculturas clásicas y la que conforma las proporciones de los objetos más bellos de la naturaleza... ¿En serio? ¿Una mujer escribió en la Antigüedad acerca del número Phi: ɸ? Sí, y también habló de la cosmología, de la piedad, de la virtud, de los números femeninos y masculinos, de la lambda… ¿Y si la historia hubiese sido escrita por otras manos?

16 abril 2009

¿Ponerle límites a la ciencia?

Uno de los debates actuales en Filosofía de la Ciencia incide sobre la cuestión de la democratización de la ciencia y sobre las posibilidades de la participación de la ciudadanía en la política científica. Hemos dado por sentado que tal implicación es saludable ya que eso supondría contribuir a la reorientación de la ciencia hacia aquellos proyectos, investigaciones y desarrollos tecnológicos que favorezcan el bien común. Proyectos que fomenten el desarrollo sostenible, que contribuyan a paliar las enfermedades que azotan a la Humanidad, que favorezcan el equilibrio medioambiental, que impliquen, en definitiva, la puesta en práctica de los valores éticos, humanistas y de progreso que tanto nos gustan a los que practicamos la Filosofía. Sabemos que pensar en este deber ser de la ciencia es un asunto de mentes idealistas que confían en el poder normativo de la Filosofía para favorecer la acción hacia unos objetivos que consideramos deseables y deseados por la mayoría. ¿Cómo no querer que la ciencia haga todo lo posible por lograr la curación del cáncer, el alzheimer, el sida y tantas otras enfermedades que causan sufrimientos? Ya Francis Bacon en el siglo XVII consideró que este era el fin ético más loable de la filosofía experimental: conocer los mecanismos causales de la enfermedad y lograr así la cura o la prevención de las mismas. Mejorar, en definitiva las condiciones de vida de los seres humanos, y este sigue siendo el fin de la ciencia. Así que si tuviéramos la posibilidad de participar en los foros en los que se decide qué investigaciones financiar o cuáles priorizar para destinar a ellas una mayor cantidad de recursos ¿no elegiríamos aquellas que contribuyan de manera significativa a la mejora de nuestras condiciones de vida? Parece una cuestión de perogrullo pero ¿qué sucedería si otros participantes decidieran que por encima de ello están las cuestiones morales o de conciencia? Dicho de otra manera, una investigación puede perseguir el fin más loable pero si sus medios para lograrlo entran en conflicto con lo que su conciencia les dicta, o lo que les dicta su religión, se verían obligados a tratar de argumentar en contra de ella y a tratar de persuadir a los demás de que tales argumentos fundados en sus convicciones o creencias son tan racionales y están tan bien fundamentados como los argumentos que tienen como base la propia ciencia, la ética o la filosofía. Así, limitar el uso de los embriones humanos en la investigación científica sobre células madre les parece a sus defensores una cuestión correctamente argumentada y fundamentada en el hecho de que tales embriones deben ser tratados como lo que llegarían a ser en el futuro: personas con derechos inalienables; si esta es una cuestión incontrovertible cuando hablamos de los derechos de los seres humanos, ¿por qué no defendemos la aplicación de ese mismo principio cuando se trata de los embriones que dan lugar a ellos? Pero algo aparentemente incontestable y neutral desde el punto de vista religioso no lo es tal. La vieja idea de la defensa de la vida por encima de todo, incluso en contra de los deseos expresados por una persona, es una máxima cristiana, un dogma incontestable, que, sin embargo, los participantes en estos debates, transforman bajo la apariencia de un argumento racional fundamentado en una ética que nadie, en su sano juicio, se atrevería a poner en tela de juicio. Esta es la vieja estrategia de aquellos que ponen sus creencias religiosas por encima de todo pero que ocultan tras argumentos aparentemente neutrales desde ese punto de vista, a sabiendas de que de esta manera pueden reclamar igual trato a sus argumentos e ideas que aquellas procedentes de la argumentación científica, ética o filosófica. ¿Es así? ¿Son argumentos igual de fundamentados, igualmente defendibles? Yo no lo creo, pero lo cierto es que nos enfrentan a dilemas, este no es más que un ejemplo de los muchos aspectos controvertidos de la ciencia, y, sobre todo, nos permiten advertir nuestras propias debilidades argumentales…

06 abril 2009

La elegancia del erizo

Este es el título del delicioso e imprescindible libro de Muriel Barbery sobre la grandeza de las pequeñas cosas, sobre la eternidad de los instantes, sobre el sentido de la vida y el porqué de la Belleza. Sobre el buen uso de la inteligencia y el sentido de la Filosofía:
"¿Para qué sirve la inteligencia si no es para servir? (...) Debo preocuparme del progreso de la Humanidad, de la resolución de problemas cruciales para la supervivencia, del bienestar o la elevación del género humano, del advenimiento de la Belleza en el mundo o de la cruzada justa por la autenticidad filosófica. No es un sacerdocio, hay donde elegir, los ámbitos son amplios. No se entra en la filosofía como en el seminario, con un credo por espada y una vía única por destino. ¿Se trabaja sobre Platón, Epicuro, Descartes, Spinoza, Kant, Hegel e incluso Husserl? ¿Sobre la estética, la política, la moral, la epistemología y la metafísica? ¿Se dedica uno a la enseñanza, a la elaboración de una obra, a la investigación, a la Cultura? Tanto da, es indiferente. Ya que en una disciplina como ésta, sólo importa la intención: elevar el pensamiento, contribuir al bien común o bien unirse a una escolástica que no tiene más objeto que su propia perpetuación ni más función que la auto-reproducción de élites estériles -lo que convierte a la Universidad en una secta."
Y tú, ¿qué eliges ser o hacer?

05 abril 2009

El templo del Cielo


Comienzo esta aventura con un recuerdo a China. El templo del Cielo es uno de los lugares más bonitos que he visitado, en la explanada que da acceso al mismo se encuentra "el centro del mundo" y los turistas hoy hacen cola por situarse sobre él.

Cada civilización, cada cultura, ha ofrecido a lo largo de la historia, sus interpretaciones sobre el funcionamiento del mundo y sobre nuestro papel en él... Esta es una propuesta de viaje, por otros lugares, por otras civilizaciones y culturas, por otras ideas, por la capacidad, en definitiva, de los seres humanos ahora y siempre de imaginar mundos...